lunes, 20 de septiembre de 2010
La identidad poder y política en las elecciones actuales.
Walter Paz Quispe Santos
En el pensamiento común de la ciudadanía existe un político donde hay poder. El ejercicio de ese poder se da de múltiples maneras en la presente coyuntura electoral. Se trata de una influencia del hombre sobre el hombre, es decir, para no ser sexistas, de algunos seres humanos sobre otros seres humanos (tanto hombres y mujeres). Aunque el tema del género sobre todo la participación de la mujer, aun no encuentra eco en la construcción de ciudadanías posibles y deseables. Y esta forma de practicar la política es simplemente una modalidad del positivismo político.
Estas influencias, que en algunos casos que utilizan la coerción y en otras las sutilezas subliminales de influencia o persuasión ha dominado el pensamiento y la acción de los candidatos al gobierno regional y los municipios provinciales y distritales. Muy al margen de los debates y las discusiones programáticas. Más se recurre al pragmatismo utilitarista de convencer usando estrategias de regalar dinero, alimentos, bebidas gaseosas, camisetas deportivas, y actividades como apadrinar certámenes escolares o comunales. El extremo es la obligación coercitiva sobre todo cuando se está en el poder municipal o regional, sino recordemos los difundidos audios conminatorios del Presidente Regional a su personal de confianza para que realicen campaña a favor del hermano Isauro Fuentes. Y algo similar ocurre con los alcaldes que buscan una reelección en su municipio o en uno provincial.
Esta forma de realizar política no es gratuita. Tiene una sucesión de defensores en la ciencia política, tanto en los EE.UU. y Europa, quienes promueven una identidad del poder y lo político. Para muestra cito a dos autores como ejemplo Robert Dahl sostiene que para la política el concepto clave es la “influencia”, es decir, inducir a los demás a obrar de una manera para la conquista del poder. Bertrand Jouvenel señalaba la política es la acción sobre la voluntad de los otros para obtener su concurso con vistas a una determinada política.
Hasta aquí, las ideas de conquistar el poder o influir a los demás es interesante. Pero los problemas surgen cuando una vez llegado al poder o conseguido el objetivo de ser elegidos se ponen al margen de los intereses y necesidades comunes de la población. Y ocurre como un círculo vicioso al que estamos acostumbrados a mirar: el municipio o gobierno regional se copa de personas sin calificación profesional ni técnica. Se empiezan a pagar los servicios de la campaña, la improvisación programática es pobre y se subordinan los objetivos de desarrollo estratégico a los consabidos caprichos de los intereses de las empresas, medios de comunicación, y personas que aportaron con ventajismo y corrupción en la campaña electoral. Entonces se vuelve a administrar el municipio o el gobierno regional como una tienda.
Por eso, existen algunos politólogos como Jean Luc Chabot que sostienen que hay que tomar en consideración o recuperar el debate programático y buscar el bien común, el desarrollo social en la complejidad de relaciones políticas de la comunidad. Y a falta de esa gran referencia que se denomina comunidad política, se sigue pensando en jerarquías o relaciones de autoridad, o el abuso de la publicidad y la propaganda. Y no se piense en las comunidades complejas de necesidades e intereses. Y esa aspiración de funda en la democracia que es el espejo donde mejor resplandece un ejercicio político transparente donde la vigilancia ciudadana es indispensable a través de su participación. Y como alguna vez lo dije, lo vuelvo a refrendar esta vez algo que se sigue repitiendo: muchos buscan la reelección pero su falta de rendición de cuentas es escandalosa.
Las actuales campañas electorales tal como se vienen desarrollando son un verdadero desprecio a la democracia y la política, y no existe un candidato excepcional que marque la diferencia y confirme la regla. La práctica política actual ha secado la emoción y el fervor electoral y languidece en la apatía, la corrupción y la miseria de ideas programáticas.
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